jueves, 12 de marzo de 2015

Daoíz y Velarde y el 2 de Mayo de 1808



Para referirnos a los protagonistas de esta entrada, es necesario aludir a una de las fechas clave de la Historia Contemporánea de España; el 2 de mayo de 1808. Seguramente sin los acontecimientos que devinieron aquel funesto día, los generales Daoíz y Velarde no hubieran pasado a la historia. Es más, incluso para hablar del 2 de mayo hemos de hablar de otra fecha anterior, el 27 de octubre de 1807 que es cuando se firma el Tratado de Fontainebleau por el que España permitía al ejército francés pasar por suelo español para conquistar Portugal, país aliado de Inglaterra. Las intenciones de Francia, no obstante, iban más allá de la conquista portuguesa y muy pronto mostraron los franceses sus verdaderas intenciones, conquistar España también. El motín de Aranjuez motivado por la huida de la corte española hizo más propicio el asentamiento de tropas francesas en suelo español. Además Carlos IV abdicaría en Fernando VII. Con toda la tensión social, ambos monarcas fueron llamados a Bayona por Napoleón, donde se vería obligados a renunciar a la corona en detrimento de José Bonaparte, a la postre José I de España, hermano de Napoleón. Con los monarcas en Bayona fuera del juego, solo quedaban unos pocos miembros de la corte en Palacio en Madrid. El pueblo de Madrid, frustrado por los últimos avatares y temeroso de un jaque mate francés consistente en llevarse al infante Francisco de Paula, se agolpó a las puertas del Palacio Real a la primera hora de la mañana del 2 de mayo de 1808. José Blas de Molina, buen español y maestro cerrajero de profesión fue el que exacerbó al pueblo al  grito de  ¡Que nos lo llevan!  Al ver a los franceses llevarse al infante.


                Los madrileños iniciaron un levantamiento popular que si bien era espontáneo, como ahora veremos, venía gestándose desde meses atrás. Y decíamos que era tan espontáneo que el pueblo se alzó con lo que tenía en ese momento, navajas, palos, cuchillos de cocina y poco más. Murat al mando de las tropas francesas mandó un destacamento a Palacio, que abrió fuego contra el gentío. La lucha comenzaba pues. Durante las siguientes horas a la insurrección, los madrileños asaltaron armerías, cogiendo armas que a la postre resultaban inútiles en muchas manos inexpertas que no sabían manejarlas. Para combatir la propia desorganización del alzamiento se trató de organizar las llamadas partidas de barrio, pero para entonces Murat había introducido en la ciudad a 30.000 soldados franceses. La lucha fue sanguinaria y cruel, con degollamientos y cuchilladas por doquier.

 Los mamelucos y soldados franceses también dieron muestras de excesiva crueldad en una jornada que quedaría reflejada para la posteridad por Goya.
 ¿Y el ejército español? Pues siguiendo las órdenes del Capitán general Francisco Javier Negrete se mostraron impasibles, acuartelados. Solo unos pocos militares se sumaron al alzamiento desde el parque de Artillería de Monteleón, más que por órdenes por decisión personal de no ver al pueblo español sufrir tal salvajada. Era el caso de nuestros protagonistas, Daoíz y Velarde. Éste último se encargó de la defensa del parque con más de cien madrileños y soldados. Daoíz, por su parte, fue a la puerta del Parque, se agenció una batería de cuatro cañones, con la cual frenó las distintas cargas francesas. Fue una acto heroico que se alargó en torno a las tres horas, hasta que la escasez de munición y hombres provocó el fin. El General Lagrange reunió 2.000 soldados para el asalto final.  Velarde viendo el fatal desenlace acudió a la puerta del Parque con varios de sus voluntarios. Pero al aparecer a la puerta del Parque una bala le atravesó el corazón. Daoíz, por su parte, aguantó poco más. Herido gravemente en una pierna luchaba más ya con el corazón que con la cabeza. Apoyado en un cañón y espada en mano, fue testigo de cómo los pocos españoles que quedaban en pie pedían clemencia. 


El combate había acabado, con los Generales franceses Lagrange y Lefranc declarando prisioneros a los vivos.  Pero lejos de apaciguar los ánimos, Lagrange se acercó al herido español Daoíz exclamándole al parecer que era un traidor, otras fuentes hablan de que le quitó violentamente el sombrero al español herido. Sea como fuere, Daoíz agraviado alzó su espada, apenas sin fuerzas siendo rápidamente atacado por soldados franceses a bayonetazos.  Infausto final para estos dos héroes y para el pueblo madrileño en general pero a la postre el principio del fin para los franceses que encontrarían en España un escollo insalvable.


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